miércoles, 1 de agosto de 2012

Una noche de luna llena


Sabin, sentada en su balancín de madera, viejo y roído, dormitaba en un sueño inconstante, entreabriendo los ojos en cortos intervalos.

Se sentía intranquila ; a pesar de que aquél día había sido igual de rutinario que los que lo habían precedido, algo en el aire la había llevado a pensar que algo no marchaba bien.

Un ruido procedente de su flanco la hizo despertar de golpe ; clavó su mirada en unos matorrales, y se levantó de un salto, sin atreverse a dar un paso.

AH! - gritó con voz débil ; el matorral se había movido imperceptiblemente.

Asustada, un escalofrío la recorrió cuando dos ojos la miraron ; apenas un brillo rojizo cruzó la maleza y se hundió en sus pupilas ; segundos después, desapareció.

Otro estremecimiento, y de entre el ramaje apareció un brazo, que cayó al suelo, inerte.

Sabin, con voz ahogada, llamó a su marido, y con paso trémulo se acercó donde ya no parecía haber rastro de vida.

Se acuclilló frente a la maleza, y tomó suavemente la mano fría.

Apartó las hojas y ramas y, tras un grito de sorpresa, gritó en dirección a la casa.

Birac! - un hombre fornido y cuarentón salió de la casa, con un azadón en la mano.

La miró ceñudo, y se acercó a ela con paso vigoroso.

Qué quieres, mujer? - preguntó, sosteniendo el azadón en alto.

Ella no dijo nada, sinó que apartó la maleza para que su marido pudiera ver.

Santos del cielo!- Es... - dejó caer el apero, y se arrodilló al lado de su señora, abriéndose paso con los brazosp or el matojo, para recuperar lo que había al otro lado.

Un pequeño niño, enjuto y recigido sobre sí mismo, los miraba con los ojos entornadosm, suplicante.

Sin fuerzas, agotado y con los labios agrietados, lleno de arañazos y signos de pelea ; los miró, apenado, tras lo cual cerró los ojos, cayendo en un profundo sopor.

Lupin...- susurró el pequeño entre sueños.

La pareja se miró desconcertada, y sacaron al niño de allí, llevandolo en brazos el hombre, cogiéndolo de la mano la mujer.

Entraron en la casa, sin mirar a la monstruosa luna, que, a sus espaldas, parecía augurarles una desgracia...

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