miércoles, 1 de agosto de 2012

Su transformación 01

Sirius culebreaba por la calzada de una calle angosta y oscura.

Bajo su forma animal pasaba desapercibido, escondiendose entre los matorrales que bordeaban la carretera en ocasiones, cuando captaba que alguien iba a cruzarse en su camino.

Iba sin rumbo, olisqueando el aire húmedo y observando con sus pequeños ojos, tratando de adivinar dónde se encontraba.

Se había escapado de Azkaban hacía muy poco, y la primera idea en su mente fué la de encontrar a su ahijado, a Harry, el famoso Harry del que todos hablaban en su mundo, y del que tuvo noticias en muchas ocasiones mientras estuvo confinado en aquella prisión, volviendose loco cada día un poco más.

Hacía muchos días que se limitaba a correr, internándose en bosquejos olvidados; a beber de los frescos arroyuelos y comer lo que podía encontrar comestible ; en ocasiones había estado más de dos días sin comer en absoluto, porque nada había hallado.

Débil y triste, seguía, sin embargo, con su camino, acercándose cada vez más a su ahijado, aunque no sabía cómo podría hacer para verle a solas, y mucho menos para hablar con él y para que le creyera, porque a estas horas seguro le habrían dicho que él había sido el asesino de sus padres.

- "¡¡Por Dios!! ¿¿Yo, su asesino??" - pensó desesperado.

En su febril mente sólo se repetía una única frase a diario.

- "No sé el qué, pero algo haré. Seguro que saldrá bien. " -

Y con esa idea cruzando sus ojos seguía su camino, ocultándose.

Con la lengua fuera, siguió su camino, notando cómo el creciente cansancio adormecía su cuerpo y sus sentidos ; los ojillos se le nublaban y empezaba a trastabillar con sus propias patas ; no coordinaba bien sus pasos.

De repente, un fogonazo lo cegó, y algo excesivamente duro le golpeó con fuerza, haciendo que su cuerpo se elevara unos cuantos pies del suelo antes de caer con estrépito allí enmedio.

El dolor era horrible.

Sus huesos crujían, rotos, y apenas podía moverse.

El sabor de la sangre inundaba su paladar, y la inconsciencia iba sumiendolo poco a poco en la socuridad.

- ¿Se puede saber qué demonios pasa? - preguntaron desde el interior de un elegante coche, de un negro brillante y con lunas tintadas también de azabache.

La puerta del conductor se abrió y, de un asiento lleno de cojines, saltó un elfo doméstico, que conducía como buenamente podía, mientras otro elfo se encargaba de los pedales del freno y el accelerador.

Con sus orejotas exageradamente picudas y un ademán desgarbado, se acercó al capó del coche, abriendo mucho los ojos al ver la sangre, roja sobre un negro impoluto.

- "Oh... el amo se va a enfadar... mucho" - susurró Fioren para si, con un escalofrío recorriendole de pies a cabeza.

- ¡¡Fioren!! ¡¡FI-O-REN!! - tronó la voz desde el asiento trasero de aquel coche.

El elfo dió un respingo, y entrecerró los ojos, temeroso, mientras se dirigía a su amo.

- ¿Sí, mi amo? - le dijo con voz tremulosa.

- ¿A qué esperas para decirme lo que ha pasado? ¿Esque te has quedado sin lengua, maldito elfo? -

Fioren, aún temblando, achicó más los ojos, mientras elegía con cuidado las palabras.

Todos sabían que al amo le gustaba exacerbadamente ese invento muggle, y que cualquier cosa que le sucediese, aunque fuese un daño mínimo, le ponía de pésimo humor ; le irritaba hasta tal punto que descargaba su ira sobre cualquiera de sus elfos domésticos, y a menudo les había causado graves y muy dolorosas heridas.

El pequeño elfo tomó una bocanada de aire y habló:

- ...Mi amo... mucho me temo que hemos tenido un desgraciado accidente... Verá... hemos atropellado a algún animal, porque... - respiró hondo - hay una gran mancha de sangre aquí, - otro escalofrío - en el delantero del coche... junto a una abolladura...

- ¡¿Qué?! - una atronadora voz se escuchó, y, acto seguido, algo se removió en aquel asiento trasero.

Limoge, la elfa que ayudaba con los pedales, salió disparada de donde estaba, y miró alrededor con curiosidad, buscando a lo que habían abatido.

Una figura emergió de la oscuridad del coche, acercándose al elfo, que tiritaba sin atreverse a mirarle directamente a los ojos, imaginando la cruel venganza de su amo.

Un hombre pálido, de rasgos finos y con una larga cabellera albina,cesó su caminar al llegar a su altura, y, con una mirada altiva, echó un vistazo al coche.

Con una mueca de desagrado, agarró al elfo, empotrándolo contra aquella mancha viscosa.

- ¡¡Lámelo!! ¡¡Hasta que no quede ni rastro!!... ¡¡Por TU culpa mi precioso coche ha sufrido daños...!! Pero, cuando lleguemos a casa, tú serás el que sufrirá.... -

Y mientras Fioren intentaba zafarse de aquella abominación, Limoge dejó escapar un grito de espanto.

Había encontrado al animal al que habían herido, que abrió los ojos con una mezcla de temor y diversión, al ver cómo aquel perro se levantaba a duras penas y le gruñía amenazadoramente.

El hombre dejó en el acto al elfo, concentrando toda su atención en aquél animal herido que mostraba sus fauces sanguinolentas a la elfa y al que se acercara demasiado a él.

Se aproximó lentamente sin quitarle la vista de encima, concentrando toda su atención en aquella maraña de pelos manchados. Aunque su aspecto era repulsivo, su salvaje insistencia por sobrevivir captaron su atención, encaprichándose cada vez con más fuerza de aquel animal.

- Lo quiero..... - silabeó para sí mismo, y, con un gesto, apartó a la elfa de allí, considerandola inútil para aquel menester.

- ¡¡Apartate!! No sirves para nada, así que, ¡¡métete en el coche!! - le ordenó sin mirarla a los ojos.

Sirius centró su mirar en aquellos ojos eléctricos, que le estudiaban sin vergüenza.

Gruñó, preparado para atacar, aún sintiendo el dolor que le causaban las fracturas. La debilidad seguía su curso, comiendose su vida y engulléndolo, y aún así, se negaba a darse por vencido, con el cuerpo encrespado y las garras afiladas, dispuesto a arañar, morder y destrozar todo lo que se pusiera a su paso.

Los ojos eléctricos de aquel hombre brillaron al ver saber de aquellas ansias, no podía esperar más.

- Vas a venir conmigo... bicharraco - y se llevó la mano hacia el interior de su jubón, donde guardaba su varita.

Sirius, que tenía la vista nublada por la debilidad y por la sangre que manaba de su cabeza, no fué capaz de darse cuenta de las intenciones de aquel hombre hasta que fué demasiado tarde.

Escuchó el susurro que brotaba de sus labios, y un rayo cruzó en segundos la distancia que los separaba, impactando contra su cuerpo de lleno, recorriendo su espina dorsal y dejándole sin consciencia.

Una carcajada rompió el silencio que se había adueñado de aquel lugar, se acercó al cuerpo inerte de la bola de pelos y lo tocó con la punta de su bota, sitiendo su derrota.

- ¡¡Fioren, Limoge!! - llamó a los elfos mientras se dirigía otra vez hacia el confortable interior de su coche - ¡¡Guardadlo en el maletero y vayámonos!!

Los elfos, aún temblando por el arranque de carácter de su amo, cogieron con sus pequeñas manitas por donde pudieron, y con serios problemas para llevar aquel cuerpo, caminaron hacia el maletero de aquel coche para dejarlo allí a duras penas.

Tras aquello, y respirando porque su amo no les hubiera castigado, subieron al cohe, asumieron su puesto y conducieron durante un buen rato, hasta entrar en los dominios de la familia Malfoy.

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