miércoles, 1 de agosto de 2012

Sibellius

El nebuloso día reflejaba el estado de ánimo de Severus, que se había escondido tras un armario polvoriento, esperando escapar de la ira de aquél hombre que tanto odiaba.

No entendía porqué debía aguantar su menosprecio y sus palizas ; deseaba darle un buen escarmiento, pero ni siquiera sabía por dónde empezar, además de por respeto a su madre, que siempre había sido amorosa con él y a la que no quería dar ningún disgusto.

Bastante tenía con haber nacido.

Cerró los ojos, casi dormitando, y esperó con recelo a que la noche cubriera el dia.


Dónde demonios está ESE niño? - la voz grave reverberó entre las paredes de la casa.

Eryen le miró con aprensión, e intentó acercársele, con tal mala fortuna que aquél hombre, mucho mayor que ella y de gran fuerza, la tiró al suelo de un empujón.

QUE DÓNDE ESTÁ MI.. "HIJO"? - le volvió a preguntar, con los ojos desorbitados de rabia.

Angustiosamente, Eryen se levantó con dificultad del suelo, sin perderle de vista.

Tranquilízate, cariño! - le susurraba la mujer, intentando calmarle, aunque sin conseguir apenas nada, ya que él seguía gritando de rabia, moviendose frenéticamente de aquí para allá en la casa, aullando el nombre de Severus como una bestia.

Sibellius! ... Déjale, es sólo un niño, no ha hecho nada malo! .. - gimió Eryen, que temía de él ya cualquier cosa.

Girando levemente la cabeza, la miró con unos ojos crueles y densos, y se abalanzó sobre ella sin darle casi tiempo a reaccionar ; le estampó la palma de la mano en la cara repetidas veces, mientras le gritaba una y otra vez : - CÁLLATE, CÁLLATE! QUÉ VAS A SABER TÚ, SUCIA IGNORANTE? SIEMPRE DEFIENDES A ESE BASTARDO AL QUE LLAMAS HIJO MÍO, Y DEL QUE NO ACEPTARÉ NUNCA SER SU PADRE!

A los pocos segundos, que para la mujer fueron largos minutos, dió por finalizada su castigo, y, tirándola al suelo con fuerza, se separó de ella, dando zancadas por la sala y yendo hacia las escaleras que llevaban hacia el piso superior.

Al llegar al primer escalón, se giró hacia ella, y, mirándola con profunda rabia, escupió las palabras ácidas que en más de una ocasión había usado para destrozar su corazón un poquito más.

- Debí estar loco para casarme contigo. Me pregunto qué es lo que ví en tí, sucia mujer. O, lo que es más seguro, TÚ, maldita BRUJA, TÚ me embrujaste para cazarme...

Te juro que algún día te mataré ; a TÍ y a ÉSE hijo tuyo - y, como si la hiel le inundara el paladar, hizo un gesto de arcada, y escupió a la mujer, que se había arrastrado como había podido hacia él, intentando detenerle.

Con esto, subió los peldaños con avidez, con la certeza de que aquél niño estaba cada vez más cerca.

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