miércoles, 1 de agosto de 2012

Maldición!



El castillo de Hogwarts se alzaba en todo su esplendor, conteniendo entre sus fríos muros miles de chiquillos que correteaban de un lado a otro, devolviéndole por un período de tiempo la vida, que desde hacía siglos se preservaba entre sus rocas.

El aire, húmedo y caliente, proporcionaba un momentáneo alivio, pues el sol calentaba fieramente.

Era la época del año que todos los estudiantes esperaban con ansia; las vacaciones estaban a la vuelta de la esquina, y no veían la hora en la que el profesorado les diera carta blanca para marcharse cada uno a su casa.

Exceptuando, claro estaba, a algunos de ellos, que se quedarían en el colegio por razones diversas.

Ginny estaba sentada al borde del lago que lamía las rocas sobre las que se asentaba Hogwarts. No tenía miedo alguno de la bestia que reposaba en su interior, pues estaba segura de que sólo atacaría si se sintiera amenazado, y ella, desde luego, no iba a tentar a la suerte.

Dibujó con el dedo sobre el agua, recordando con un contínuo estremecimiento la noche anterior, que la había marcado profundamente.

Ginny había salido corriendo de la sala del gran comedor, donde se celebraba la fiesta de despedida de aquel año a todos los alumnos de Hogwarts.

Había visto con sus propios ojos cómo los demás la habían dejado sola, para estar cada uno con su pareja, y sentía que no era justo que la abandonasen durante toda la noche. Si por lo menos le dirigieran la palabra en algún momento...

Su hermano, Ron, estaba atontado con Hermione, que francamente, estaba bellísima.

Lucía un vestido color coral pálido, con una cinta ribeteandole a la altura del pecho, detalle muy curioso, que le daba un aspecto infantil y muy morboso.

El pelo, en un suave recogido, dejaba caer algunos mechons en su nuca, lo cual quedaba muy sexy.

Hermione había crecido mucho en ese tiempo, y se hacía patente el cambio en sus facciones y su delgado cuerpo; Ron no era el único que no dejaba de mirarla.

Y Ginny se sentía cada vez peor. Ella era pequeña, llena de pecas, con el pelo lacio y sin vida; no se gustaba en absoluto. Nadie se había fijado en ella, excepto Colin Creevey, que la había invitado a ir a la fiesta, y ahora, ni siquiera sabía dónde se había metido, aunque se lo imaginaba, pues él no había dejado de mirar a Cho y de murmurar entre gruñidos.

Por lo que sabía, habían salido juntos una temporada; le había sorprendido, porque estaba segura de que a Cho le atraía más Harry, pero un buen día, y justo después de la salida a Hogsmeade el día de San Valentín, ella aceptó salir con Coolin, seguramente despechada por la discusión que tuvo con Harry y que todos conocían.

A ella realmente no le importaba demasiado con quien salía Colin, pero no le gustaba nada sentirse como un plato de segunda. Seguramente él la había invitado a la fiesta porque Cho iría con otro, y su intención sería darle celos.

¡¡Qué tonta fue al pensar que él se había fijado en ella!

A pesar de que no sentía una atracción fuerte por él, se había ilusionado al saber que alguien le había puesto los ojos encima, y se había imaginado que tal vez podrían haber llegado a algo más íntimo, pues no parecía que Colin le fuera a hacer daño.

-"¡¡Maldita Cho!" – pensó para sus adentros – "¡¡primero me quita a Harry y ahora a Colin! ¿Es que no tiene ya suficiente con tenerlos a todos a sus pies? ¿Porqué puñetas me hace sentir tan poca cosa?"

Las lágrimas escocían en sus ojos, y formaban pequeños regueros en sus mejillas.

En su carrera no se dio cuenta de que alguien la observaba, desde el dintel de una puerta, camuflada en el muro.


Capítulo 02 El calor de un hombre

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