martes, 31 de julio de 2012

Wanú Capítulo 1 punto 3


Llegó rápidamente a las afueras del pueblo, y tomó el camino por donde los comerciantes entraban y salían con sus carros cargados hasta los topes de heno, maíz, o cualquier otra cosa que se pudiera vender en el mercado. En ocasiones traían razas diversas de animales, y entonces hacían su entrada en el pueblo justo cuando el sol hacía su aparición en el firmamento, para prepararlo todo con tiempo suficiente.

Siguió con la misma marcha, sin mirar atrás, hasta que llegó a un cruce de caminos, del cual partía uno más sencillo, practicado directamente sobre la tierra, con piedrecillas grises delimitando los bordes, colocadas con admirable acierto. Una veleta de madera enclavada en el suelo señalaba los dos caminos, pero sólo habían inscripciones legibles en la que señalaba la autovía, en la otra sólo se distinguían garabatos y símbolos.

La autovía seguía hasta perderse, entre arena y algún que otro arbusto, recorriendo un sinfín de pueblos y atravesando la gran "ciudad del final de la tierra".

Tomó aquel sendero, instigando a la yegua para que siguiera galopando, levantando nubes de polvo con sus pezuñas.

A medida que avanzaba, el paisaje iba cambiando notoriamente. De tanto en tanto, entre la ardiente arena y las duras rocas, aparecían árboles o arbustos bordeando el camino, hasta que apareció un bosque ante ella, a pocos pasos. Hizo que la yegua aminorara el paso, bajando de ella de un salto. La condujo con cautela entre los árboles...

El suelo estaba tapizado de hojarasca y ramas secas, que crujían a cada paso que daban, delatando su presencia. Un pequeño animal rebulló entre un montón de hojas, y asomó su cabeza. La observó unos segundos, como si la estudiara, y hundió su cabecita en las hojas para sacarla poco después con un fruto silvestre entre las patitas.

Estaba tan gracioso que no pudo evitar estallar en carcajadas. El animal masticaba con fruición un trozo mordisqueado de la sabrosa fruta, sin dejar de observarla, mientras un extraño brillo bailaba en su mirada.

Wanú apartó la mirada del gracioso animal, iba a proseguir su camino cuando una terrible sacudida la obligó a postrarse en el suelo, aturdida. A pesar del sobresalto inicial, supo reaccionar a tiempo, rodó sobre sí misma y se puso en pie, en actitud defensiva. El asombro tiñó su cara cuando vió la metamorfosis que aún obraba en el cuerpo del animal, que había pasado a ser un monstruo espeluznante.

Su cuerpo había tomado proporciones considerables, así como su cara mostraba unos rasgos horrendos, sus ojos se habían cerrado en una fina línea, y sus fauces poseían unos enormes y afilados colmillos con los que poder desgarrar fácilmente.

Sacó del interior de la bota una daga, y la asió con fuerza, mientras vigilaba al ser.

Qué es esto? - se preguntó - En qué lío me he metido... Jamás me he enfrentado a algo tan horrendo ! ... Así aprenderé a no fiarme de las apariencias... Aunque, bien mirado, me irá bien un poco de ejercicio. -

Clavó las uñas con fuerza en las posaderas del animal, que, lanzando un relincho, desapareció entre la espesura. Ya se ocuparía más tarde de encontrarla, al menos no dejaría que se convirtiera en un simple bocado para aquel hambriento engendro.

Sin apartar la vista del animal, se desabrochó la capa, enrollándola en un fajo, con tiento de no perder nada, y tirándola a los pies de un árbol, se puso a la defensiva.

Flexionó su cuerpo hacia delante, dispuesta a eludir cualquier ataque, observando fíjamente al extraño animal.

Impulsándose sobre sus fuertes patas traseras, el animal se abalanzó sobre ella, que eludió el ataque con pericia, al tiempo que le practicaba un corte en la espalda. La sangre empezó a manar, pero parecía importarle poco o no haberse dado cuenta, porque contraatacó con sus potentes zarpas, desgarrándole parte de la pechera.

Sin embargo, no llegó a herirle profundamente, sólo era un simple rasguño, aunque escocía.

La bestia no destacaba por su inteligencia, sinó por su brutalidad, y supo que si jugaba bien sus cartas, pronto le tendría listo y a punto para convertirlo en una bonita alfombra para su casa.

Diablos¡mi camisa nueva! Hmmffff... Te vas a enterar tú de cómo las gasto... Te convertirás en un perfecto "souvenir" ¡Seguro que estarás perfecto en el salón! Y, quién sabe, al igual te conviertes en un perfecto repelente para las visitas molestas... ¡Estoy deseando ver la cara de mi queridísima abuelita! -

Wanú agradeció el que la alimaña empezase a notar los efectos del veneno surcando su sangre. Solía ungir, con mucho cuidado, la hoja de la daga con untura de tabria, un potente veneno que, gradualmente, acababa con la vida de cualquier ser.

Era una mujer precavida, por tanto debía pensar en su seguridad; nunca sabía dónde la encontraría el peligro, y prefería barajar todas las posibilidades. Al fin y al cabo, sólo se tenía a ella misma para defenderse de cualquier animal, ya fuese bestia o humano.

La enorme bestia respiraba ya con dificultad.

Podía escuchar sus incesantes jadeos, al tiempo que oía los suyos propios. Un hilillo de espuma caía de su mandíbula inferior, y de la herida manaba cada vez más sangre, tornando su pelaje cada vez más oscuro y pastoso.

Se abalanzó sobre ella mientras zarpeaba el aire, logrando asestarle un arañazo en la mejilla. Wanú le hundió dos de sus dedos en sendos ojos, y, mientras la fiera se encorbaba en el suelo, rugiendo, momentáneamente cegada, le asestó un fortísimo golpe, dejando caer la rodilla contra la espalda del bicho, justo en la herida. La alimaña expulsó todo el aire de sus pulmones, y por un momento pareció rendirse, pero poco después se levantó, temblando de furia de pies a cabeza. Sus ojos, inyectados en sangre, la miraban fíjamente, y sintió una sensación de desasosiego muy desagradable.

La sangre que manaba del arañazo empapó sus labios, y un sabor frío y metalizado empapó su garganta. La herida era harto dolorosa, pero por suerte no era algo peor.

Aprovechó el momento del evidente deterioro que experimentaba la fiera y contraatacó. Esgrimiendo con firmeza el arma, se lanzó hacia él, a unos pasos de la mole dió una voltereta, escapando del abrazo peludo, y, situándose justo ante el pecho de la alimaña, le asestó con fuerza inusitada la hoja, hundiéndola hasta la empuñadura.

La bestia lanzó un gemido atronador y , con las zarpas arqueadas hacia el cielo, como si clamase a un dios ignoto, cayó de espaldas mientras los ojos se le nublaban, y cayó de espaldas, haciendo volar las diminutas hojas bermejas.

El veneno, certero, había emponzoñado su corazón de manera fulminante.



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