martes, 31 de julio de 2012

Wanú Capítulo 1 punto 2


Volvió a su mesa y se preguntó quién era ese extraño.

Aún retumbaban aquellas palabras en su cabeza. ¿Telepatía? Quizás aquel extraño tenía alguna clase de poder. No creía habérselo imaginado... pero no podía asegurarlo con total certeza.

Pensándolo bien, esos rasgos le resultaban familiares, pero no caía en la cuenta...

Tan ensimismada estaba en sus meditaciones que no se dió cuenta de cómo Sarah dejaba un plato con lonchas de cochino con miel, aderezado con alguna lechosa, y en un plato más pequeño, unas cuantas tostadas untadas con manteca. La asió del hombro y la zarandeó suavemente.

¿Eh? - balbuceó Wanú - ‚?Ah, gracias! Mmmmhh... Tiene un aspecto delicioso...

Por un momento se le ocurrió preguntarle por el hombre, pero algo hizo que se callase y se llevara un trozo de cochino a la boca. -¡Mm¡Ri-quí-si-mo!- y siguió tragando.

Sarah la saludó con la cabeza y se dirigió hacia la escalera para subir al piso de arriba.

Wanú despachó el guiso y descansó un poco antes de ir a asearse al patio. Se recostó en la silla, arqueando el cuerpo hacia atrás, dejó lasos sus brazos, e inspiró profundamente el aire, para soltarlo muy lentamente.

Observó las paredes decoradas con tapices y cuadros donde se representaban diversos seres de los que hablaban las leyendas. Mujeres con cola de pez y largo cabello, hombres de torso a cabeza humanos y de torso a pies con atributos de caballo, niños con garras de águila en vez de manos y pies, niñas con enormes alas y sonrisas inocentes...

Era un trabajo impresionante. -¿De dónde las habrá sacado?- se preguntó

Recordaba a todos aquellos seres que moraban las viejas fábulas que tanto había escuchado de pequeña, pero, realmente¿Habían existido u existían?. No era capaz de responderse a esa pregunta, aún bien creía en las oscuras artes y en algo más...

Pero, a veces, soñaba con descubrir casualmente a alguno de aquellos seres fantásticos.

Sería muy hermoso.

Se levantó, cogiendo los platos y dejándolos en la barra. Al lado de la puerta de la cocina había otra más pequeña, que daba a un pasillito corto, practicado directamente en la roca, que llevaba al patio, el cual tomó.

Se acercó al pozo que había justo al salir, a mano derecha. En la repisa había jabón y un trapo que hacía las veces de toalla. Subió el cubo con agua fresca y se lavó las manos y la cara. Sentía la piel fría al contacto con el aire fresco, y notó el sol calentándole la espalda. Faltaba poco para la ejecución, pues, justo cuando el sol llegaba a su cénit, se realizaba el castigo.

Se moría de ganas por marchar del pueblo antes de que ocurriera, así que deshizo sus pasos con premura y subió los peldaños de la escalera. Llamó a la hospedera y vió cómo asomaba la cabeza por la rendija de la puerta contigua a la suya, al verla se le aproximó.

Por favor, ensilla a mi yegua y llévala ante la puerta. No, no me quedo a ver... -añadió cuando vió la expresión interrogante de la mujer, que desapareció escaleras abajo, dándose toda la prisa que podía.

No tenía la menor idea de si a Sarah le complacían esos actos crueles, ni de si sería capaz de presenciar la ejecución con la misma expresión de avidez que los demás aldeanos, pero deseó que ella no fuera así. No la conocía mucho, pero le caía muy bien, y prefería que, aunque fuera la única en aquel pueblucho, sintiera también repugnancia ante semejante barbaridad.

Siguió el mismo camino que la posadera y salió a esperar afuera, apoyándose en el dintel de la puerta. No había demasiada gente por la calle, pero ya empezaba a haber movimiento. Iban vestidos con ropas de brillante colorido, como si fueran a una fiesta, dirigiéndose hacia... No debía pensar en ello. Hizo desaparecer de su cara el rictus de asco que sentía por esa gente, y justo entonces oyó el relincho de su yegua.

Aaahh! Por fín te veo! Cómo has dormido esta noche? - le decía mientras subía con destreza a lomos del animal.

Hizo un gesto con la cabeza a Sarah y tiró de las riendas para darle la vuelta al animal, encauzándolo a tomar la dirección correcta. Cuando la hubo encarado hacia el camino empedrado, oprimió con los muslos las ancas de la yegua, que empezó a trotar.

Con cuidado de no lastimar a nadie, dirigió a la bestia hasta donde ya no había gente, y la azuzó para que galopase con energía.

Le encantaba oír el repiqueteo de los cascos sobre el suelo empedrado, notar la sedosa y brillante crin acariciándole el rostro y provocándole en ocasiones leves estornudos que la hacían reír de placer, olisquear la agradable fragancia de miel y heno que despedía la hermosa yegua...

Y adoraba cómo el viento movía su melena, soplando a veces a contracorriente, echándole los mechones sobre la cara, que apartaba de un manotazo o de un bufido, y cómo azotaba su piel, impregnándola en ocasiones de pequeñas gotitas de agua.

Su capa ondeaba al viento como si tuviera vida própia, culebreando salvajemente, mientras el frío aire se infiltraba por los recovecos de su camisa, haciéndole cosquillas en la piel.



No hay comentarios:

Publicar un comentario