martes, 31 de julio de 2012

La rata y el detective









































Mayura entró en la habitación pistola en mano, mirando a diestro y siniestro y olisqueando el aire por si le traía alguna pista.

Se dirigió al anexo de aquella habitacionzucha, y no pudo reprimir un grito de pavor.
- Dios!! Qué susto!! – habló con la voz entrecortada, observando al pequeño ratón que se afanaba en engullir los restos de una tarta de queso que había allá en el suelo.

Un hombre de porte lánguido y enfermizo, se le acercó por la espalda, acomodándose el sombrero de ala ancha que llevaba mientras silbaba suavemente una canción.

- Vamos a ver… – chasqueó la lengua al ver al ratoncillo – Aquí tenemos la resolución de nuestro caso.
La incógnita de las desapariciones “asombrosas” que contaba la señora Chester… ¡¡Eran solo cuentos de vieja!!

Curvó los dedos de las manos, como si estuviera estrujando un cuello invisible, y de repente se puso a reir.
- En fin, ¿qué hacemos? ¿Arrestamos al pobre ratón por abuso y lo hacemos declarar en el estrado?
Cabeceó y dio media vuelta, tropezando con un tablón suelto y partiéndose la crisma.

Soltando sandeces e insultos, se puso de pie, agarrando el maldito tablón y quedándose literalmente con él en la mano.

De pronto, toda sorna desapareció de su cara, y, lívido, volvió a arrodillarse, para descubrir al tímido vejete que habían enterrado allí, y que, aún estando vivo, le miraba con ojillos asustados.

Le liberó de la apretada mordaza con la que lo habían silenciado, pero su voz apenas fue susurrante :

- ¡¡Asesinato!! – una única palabra, y abrió muuucho los ojos, asustado de una sombra.
- ¡¡Mayura!! ¡¡Ven aquí, mira!! ¡¡Esto es el incentivo que cualquier detective necesita para ponerse en ACCIÓN!!

Emocionado, volteó la cabeza, buscando la aprobación de su compañera, pero sólo vió al infame ratoncillo, con los carrilos hinchados.

- Pero bueno, ¿tú no dejas nunca de comer? – se rió con ganas, y, al no encontrar indicio alguno de su compalera, se dedicó plenamente a rescatar al viejete.
Se dio cuenta de que el anciano miraba con ojos llenos de un brillo extraño, y una sombra de locura cruzó por sus iris, antes de proferir un alarido que le sorprendió por lo potente que era.

- Y, ¿qué pasa si no dejo de comer? – una voz desagradable, áspera, ronca, le heló la sangre, y no se atrevió a darse la vuelta en aquél momento.
Sólo se quedó observando fijamente el tímido reflejo de las pupilas del hombre, en el que se dibujaba el cuerpo, enorme, atroz, de, ya no un pequeño bichito adorable aunque molesto, sino el de un raton de grotescas dimensiones, al que sólo acertó a ver cómo abría la mandíbula, para que, con un lacerante dolor y en cuestión de segundos, su mundo se cubriera de negror.

“ Y aquí acaba la historia de nuestros amigos… Pensároslo bien antes de convertiros en detectives privados!!!.. porque nunca sabeis qué os va a pasar…”



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