martes, 31 de julio de 2012

Buscándote


































De repente la lechuza salió volando de su hombro, donde se había posado, y planeando se posó en la acera de enfrente, donde ella fue a buscarla.

Había algo en el suelo, una especie de cajita pequeña junto a un sobre, en la que se podía leer perfectamente su nombre, escrito con letras rojas y brillantes.

El sello del lacre estaba aún caliente, e hizo que se sobresaltara, volviendo a buscar a su alrededor, sin conseguir ver a nadie ; la calle estaba casi desierta, pues era ya entrada la noche, se le había hecho más tarde de lo normal.

Sin embargo, se quedó allí, de pie, observando con miedo lo que había encontrado. Se preguntaba si era de Lupin, y ante esa sospecha se sintió desgraciada, al haberle tenido tan cerca y no haberle visto, se sentía una estúpida.

Se apoyó en el cristal, el mismo sitio donde la espalda de aquel extraño había estado apoyada hasta poco antes de que saliera ella de la cafetería, y abrió el sobre, con las manos temblando. Leyó el contenido con prisas, sin respirar apenas, y la pena volvió a apoderarse de ella al leer las últimas líneas.

"Supuse que era mejor dejarte seguir con tu vida. Aquella noche me dí cuenta de que no tenía nada que hacer contigo, tu corazón no me aceptó, y, créeme, lo mejor era no ponerme en contacto contigo. Debía curar mis heridas antes de poder verte o hablarte, pues tu sola presencia me arranca el alma, sin poder tenerte para mí.

Ya ves, hoy he calculado mal. No me imaginé que podría encontrarte, y, cuando te he visto, no he podido hacer más que quedarme tras la ventana, mirándote. Pero no puedo hacer más.

No te sientas culpable por mí, yo mismo me lo busqué. Somos demasiado distintos, además de la evidente diferencia de edad.

Ah, eres asombrosa.

Hay algo para ti en la cajita, es un regalo que te hago, con increíble cariño. En realidad, hace ya mucho que lo tengo, te lo quise dar aquella noche, pero... te fuiste, así que me he visto obligado a guardarlo, no me sentía capaz de deshacerme de lo único que me recordaba a ti. En fín, ahora es tuyo. Cuidate.

Con gran afecto, Lupin. "

Hermione dirigió sus pasos indecisos por la calle desnuda. El viento susurraba en sus oídos secretos, murmullos que la asustaban cada vez más, pues tenía la sensación de que la voz que le llegaba a través del aire le era muy familiar.

– ¡Hermione...! – giró la cabeza de repente, al oír su nombre. La piel se le erizó, reconociendo la voz ; estaba segura de que era él. No obstante, frente a ella no había nadie, sólo su lechuza, que revoloteaba contenta en su cercanía.

– " Ufff... me estoy volviendo loca, ¡¡ahora incluso le oigo!! " – la decepción teñía sus ojos castaños, que miraban hacia delante sin ver nada en realidad.

Apesadumbrada, siguió adelante, caminando lentamente.

Sus padres estarían sin duda preocupados ; se imaginó a su madre prácticamente tirándose de los pelos mientras se mordía nerviosamente las uñas, mientras que su padre estaría refunfuñando, proclamando a voz en grito castigos que en realidad nunca llevaban a cabo.

Eran muy nerviosos y enseguida se crispaban, pero eran un trozo de pan.

A pesar de que ella tenía suficiente poder como para protegerse en el mundo muggle, ellos aún temían por ella. Sin duda lo que había sucedido en Hogwarts les había hecho desconfiar aún más del mundo y de lo que le pertenecía por derecho a su pequeña.

Sabía que tenían razón, pero estaba harta de ser la pequeña niña que ellos cuidaban como si fuera aún un infante, y no la adolescente que, aunque había estado a punto de morir, había renacido de entre las cenizas, y que en diversas ocasiones había salido triunfal de aventuras peligrosas.

Cabizbaja, recuperó en su recuerdo una vieja melodía triste, melancólica, que siempre la acompañaba en sus peores momentos, martilleando su corazón herido.

El vacío que llevaba en su interior la dejaba desnuda, vulnerable, rota.... No entendía porqué precisamente ahora se había dado cuenta de cuales eran sus sentimientos, y, aunque es mejor tarde que nunca, se arrepintió de haberlos descubierto cuando ya estaba todo perdido. La confianza se había roto en mil pedazos y lo único que era capaz de pensar era en todo tipo de situaciones en las que le hubiera gustado estar con él. Se rompió un poco más cuando divisó a unos cuantos pasos a una pareja comiéndose a besos, abrazados bajo aquel cielo oscuro del que pequeños copos de nieve empezaban a caer.

Muy lentamente, y en forma de pequeñas perlas blancas, se deslizaban lentamente, cayendo como pétalos de cerezo en flor, tiñendo el suelo de un blanco puro y diáfano.

Apartó la mirada de aquella pareja, y giró bruscamente a la derecha, adentrándose en un parque solitario, que en uno de sus costados daba a un río que atravesaba tranquilamente la ciudad, con aguas calmadas que en ocasiones traían extraños regalos, y donde una inmensa fauna marina poblaba su arena y sus aguas.

Siguió un sendero de losas de madera que se adentraba en el parque, bordeado de bancos de madera, a unos diez pasos de distancia cada uno, y serpenteó perdiéndose en el camino, sin pensar en el camino tomado ni molestarse en recordarlo para cuando quisiera volver tras sus pasos.

Distraída, llegó hasta una ladera, donde había un pequeño banco para dos personas, desde donde se podía observar las aguas tranquilas del río, por el que un puente cruzaba a lo lejos, y un paseo lo circundaba, ligándolo con el parque.

La luna, cortada en una limpia mitad, alumbraba suavemente aquel paisaje, arrancando destellos suaves al agua y alumbrando un poco su campo de visión, mostrando la inmensidad del vacío en el que se veía envuelta.

Le gustaba mucho lo que veía, era hermoso, y en otra ocasión le hubiera enamorado, pero ahora tan sólo contribuía a que sus ojos se llenaran de lágrimas, que escocían con ansias de ser vertidas.

Escondió la cara entre sus frías manos, y lloró por fín, intentando arrancarse el nudo que le atenazaba la garganta y el vientre. Las piernas le flaqueaban, y empezaba a tiritar ; pero no era el frío la que la había vencido, sino sus sentimientos de mujer, que se habían despertado por segunda vez, más intensamente si cabe.

La cajita, que había guardado despreocupadamente en el bolsillo de su abrigo, se le cayó al suelo en un movimiento brusco, y se agachó a recogerlo.

La compuerta se había abierto, y la tela que había cubierto la base donde había estado resguardado el anillo de Lupin se había desenganchado un poco, dejando entrever un trozo de papel amarillento, que no había notado cuando lo abrió por primera vez.

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